Imagina que tienes en tus manos una semilla. Sabes que esa pequeña semilla tiene el potencial de convertirse en un árbol frondoso y lleno de vida, pero también sabes que no crecerá si no la siembras en el momento y el terreno adecuado. Las condiciones son importantes. Evangelizar, compartir el mensaje de Dios, es muy parecido: una semilla de fe puede transformar una vida, pero solo si está sembrada con sabiduría, amor y en suelo fértil.
No es suficiente con desearlo o tener buenas intenciones para que una semilla crezca; hace falta entender cuándo y dónde sembrarla. Si lanzas una semilla en terreno seco o en la temporada equivocada, es probable que nunca dé fruto. Lo mismo ocurre cuando hablamos de Dios: no se trata solo de compartir el mensaje, sino de hacerlo en el momento correcto y en el corazón adecuado, como si preparáramos el terreno antes de sembrar.
Evangelizar es una misión delicada y que requiere estrategia o al menos pautas. Como con las semillas, cada persona es un terreno diferente. En el proceso no se trata de forzar el crecimiento, sino de esperar el tiempo adecuado, conocer a la persona con la que hablamos y, sobre todo, actuar con coherencia y autenticidad. Tiene sentido, ¿verdad?
A continuación, te compartiremos algunas pautas para hablarle a otras personas de Dios, con corazón y entendimiento. Vamos a ello.
Primero, vuelve a imaginar que tienes una semilla perfecta en tus manos. Sabes que tiene todo el potencial para convertirse en algo grandioso, pero antes de sembrarla, te detienes y observas el terreno. Si el suelo está seco o lleno de piedras, ¿la lanzarías ahí, esperando que crezca? Probablemente no. Lo mismo sucede cuando queremos compartir el mensaje de Dios. No importa lo valiosa que sea la semilla si el terreno, el corazón de la persona, no está listo para recibirla.
El timing es como conocer la temporada ideal para sembrar. Si plantas en invierno, cuando la tierra está helada, esa semilla no prosperará. De igual manera, a veces queremos hablar de Dios cuando la otra persona no está preparada para escucharlo. Quizás esté cerrada a conversar sobre esos temas por experiencias del pasado o por situaciones de vida presente, y es aquí donde debemos ser sensibles al momento adecuado. Observar y saber esperar puede hacer toda la diferencia. Una semilla sembrada en el momento justo tiene muchas más probabilidades de crecer y florecer.
Luego está el factor del terreno: a quién le estamos hablando. No todos los suelos son iguales, y no todas las personas lo son tampoco. Así como algunos terrenos necesitan ser arados o fertilizados antes de recibir una semilla, algunas personas necesitan tiempo, paciencia o incluso varias conversaciones para estar listas. Si entiendes la personalidad de quien está frente a ti, sabrás si lo que necesita es un testimonio personal o una conversación más profunda sobre la fe. Es como saber si el suelo necesita agua o más sol antes de poder sembrar con éxito.
Y no podemos olvidarnos de nuestra propia semilla: tu experiencia de vida. Cada uno de nosotros lleva una semilla única dentro, una historia que solo nosotros podemos contar. Compartir cómo Dios ha obrado en nuestras vidas es como mostrar los frutos de ese árbol que una vez fue solo una semilla. Piensa en cómo, al contar tu testimonio, es como si invitaras a otros a ver el resultado de una siembra exitosa: “Mira lo que Dios ha hecho en mi vida, y lo que también puede hacer en la tuya”. Las personas se sienten inspiradas cuando ven que esa semilla de fe ha dado fruto en alguien más.
Sin embargo, para que esa semilla crezca, también es necesario que nuestras acciones sean coherentes con nuestras palabras. Si dices que eres un árbol de manzanas, pero das naranjas, las personas se confundirán. Lo mismo ocurre con nuestra vida y valores. Si predicas amor, debes vivir con amor; si hablas de perdón, tu vida debe reflejarlo. De lo contrario, tu mensaje perderá peso, como una semilla que no logra echar raíces. La coherencia es el fertilizante que asegura que la semilla se convierta en un árbol fuerte.
Finalmente, está la parte más importante: escuchar la voz del Espíritu Santo. Es como un jardinero experto que sabe exactamente cuándo es el mejor momento para sembrar, cuánto riego necesita cada planta y cuándo debe podar o abonar. A veces, el Espíritu Santo nos indicará cuándo hablar y cuándo quedarnos en silencio. No siempre es el momento de plantar, pero cuando es el momento, sentirás esa guía suave pero firme que te empuja a hablar con confianza.
Evangelizar no es hablar, es esencialmente un arte de escuchar, observar, ser empático y estar presente. Lleva tener en cuenta pautas pero no es una ciencia exacta, donde si haces siempre lo mismo tendrás los mismos resultados.
Evangelizar es como sembrar un jardín: algunas semillas germinarán de inmediato, otras necesitarán más tiempo, y algunas tal vez no crezcan, pero eso no significa que no debemos sembrar. Si siembras con amor, sabiduría y paciencia, confiando en que Dios es quien hace crecer las semillas, verás cómo poco a poco el mensaje florece en los corazones de quienes te rodean. Al final, no es solo tu habilidad para sembrar lo que importa, sino tu disposición para dejar que Dios haga el resto.