¿Te ha pasado que alguien te habla tanto de un tema que terminas perdiendo el interés e incluso odiándolo? A veces, al compartir nuestra fe, podemos causar ese mismo efecto sin darnos cuenta. Evangelizar es un acto de amor, pero si no lo hacemos con cuidado, podemos alejar a las personas en lugar de acercarlas.
Compartir el mensaje de Dios no siempre es fácil. A veces, con las mejores intenciones, cometemos errores que, en lugar de inspirar o motivar, generan distancia. Y aunque nuestra fe sea el centro de nuestra vida, eso no significa que debamos mencionarla en cada conversación o tratar de imponerla. Hay formas de evangelizar que, sin darnos cuenta, pueden volverse molestas o incluso dañinas para la relación con los demás.
Evangelizar no es imponer, sino compartir. Se trata de crear puentes, no barreras. Y para hacerlo de manera efectiva, hay que saber cuándo y cómo hablar de nuestra fe, respetando a la persona que tenemos enfrente y sus circunstancias. Aquí te dejamos algunas formas de no evangelizar, para que tu mensaje ahora sí sea recibido con el amor y respeto que merece.
Piensa en una canción que te encanta. La escuchas todo el tiempo y, emocionado, decides compartirla con un amigo. Pero en lugar de presentársela de manera casual, decides ponerla cada vez que están juntos, hablarle de lo increíble que es la letra y lo mucho que significa para ti, hasta que, un día, tu amigo, naturalmente, ya no quiere escuchar ni una palabra más sobre esa canción.
Esto es lo que sucede cuando hablamos de Dios constantemente sin importar si la otra persona está interesada o no. Aunque nuestra intención sea buena, insistir en un tema sin preguntarnos si el otro está listo para escucharlo puede generar rechazo.
Otra situación que ocurre con frecuencia es la de invitar a alguien a la iglesia como primer paso para evangelizar. Es natural que deseemos que otros experimenten lo que sentimos, pero si no nos hemos tomado el tiempo para conocer sus intereses o inquietudes, una invitación apresurada puede parecer vacía o forzada. Es como invitar a alguien a una fiesta sin conocer si le gusta el tipo de música, los intereses de las personas que asisten o si siquiera está en el ánimo de asistir a un evento. Antes de invitar a alguien a la iglesia, es fundamental compartir otros momentos: escucharlos, interesarse por su vida, construir una relación auténtica.
Luego está el error de meter a Dios en todas las conversaciones. Como causa o referencia para todo. Sabemos que Dios está siempre presente, pero eso no significa que cada conversación debe girar en torno a Él. Piensa en las veces que alguien ha sacado un tema de manera repetitiva en todas sus charlas. Llega un punto en que se vuelve cansado. Aunque creas firmemente en lo que compartes, es importante encontrar un equilibrio. No se trata de evitar hablar de Dios, sino de respetar el espacio y el ritmo de la otra persona, para no saturarla. Nadie quiere sentir que estás metiendo el mismo tema una y otra vez, sin importar de qué estén hablando.
Otro aspecto a considerar es evitar el tono de arrogancia. Es cierto que como cristianos sentimos que conocemos una verdad profunda y transformadora. Pero si lo compartimos con un tono de superioridad, lo único que lograremos es hacer que la otra persona se sienta pequeña o ignorante. Evangelizar no es decir “yo sé algo que tú no”, sino compartir humildemente una experiencia personal, reconociendo que todos estamos en un proceso de crecimiento. A nadie le gusta que lo hagan sentir inferior, ignorante o que lo miren desde arriba. Mucho menos que le dicten qué es lo que tiene que hacer o en qué debería creer. Si quieres que el mensaje sea recibido, debe venir desde un lugar de amor, que significa humildad, y no de prepotencia o egocentrismo.
También debemos evitar el “formato caja”, que consiste en ignorar o no respetar la experiencia personal del otro. Cuando evangelizamos, a veces corremos el riesgo de querer encajar a todos en una misma caja, como si hubiera una sola manera de vivir la fe. Pero cada persona tiene su propia historia, sus propias experiencias y su propio camino. Escuchar lo que el otro ha vivido es clave. Si no tomamos en cuenta su historia, su dolor, sus dudas o alegrías, es probable que el mensaje no se reciba bien. La fe no es un molde rígido; es algo vivo que se adapta y responde a la vida de cada persona.
Y por supuesto, está el tema de la coherencia entre lo que se dice y se vive. Nada es más poderoso que un buen ejemplo. Si nuestras acciones no reflejan lo que decimos, nuestro mensaje pierde valor. Es como hablar de los beneficios de una alimentación saludable mientras comemos comida chatarra. La coherencia es clave: si predicas amor, tu vida debe reflejar ese amor. Si hablas de humildad, tu actitud debe ser humilde. Al final, la gente no solo escucha lo que decimos, sino que observa cómo vivimos y cómo somos.
Evangelizar es compartir una experiencia personal. No es convencer, es sembrar. Con inteligencia, amor y paciencia, y poniendo en primer lugar a la persona que tenemos en frente. Si vas a hablar de Dios, hazlo siempre con humildad.